Deberes y niños: ¿Cómo debemos hacer los deberes con los niños?
En el ámbito educativo hace un tiempo que la palabra “deberes” genera controversia y está ya situándose en las primeras posiciones, por encima incluso de “libros”.
No voy a hablar de si los deberes son buenos o malos, si son excesivos o deberían de poner más, porque por detrás de esa discusión existe otro problema del que se habla menos. ¿Cómo deben los padres hacer los deberes con el niño?
La respuesta pasa por analizar una serie de factores que están directamente relacionados con el tema y así poder decidir en cada caso lo que sería recomendable hacer.
Los puntos más importantes a examinar son:
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Clima emocional ante el aprendizaje
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Auto-eficacia percibida del niño
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Hábitos y responsabilidades
Clima emocional ante el aprendizaje
El primer punto se refiere al ambiente que existe en muchos hogares de tensión y sufrimiento ante el momento de hacer los deberes, sobre todo cuando son muy pequeños.
El cerebro del niño se desarrolla, crece y madura empujado básicamente por el aprendizaje. Es decir, el niño aprende constantemente, queriendo o sin querer, por la simple motivación de aprender. Así decide arriesgarse y pasar del gateo a la posición erguida. Decide soltar la seguridad de caminar despacio para aprender a correr. ¡Aprende un idioma en tan solo dos años! (las personas que estén intentando aprender otro idioma entenderán el mérito) Nos dice los colores, diferencia a los perros tras conocer un único espécimen, y así podríamos seguir hasta llenar páginas y páginas.
Un niño sin problemas aprende por el gusto de aprender. Hasta que llega al colegio, claro, donde hacemos que el niño deje de querer aprender porque ya no será divertido sino estresante. Le evaluamos y comparamos con otros, le presionamos y juzgamos, nos alegramos con sus buenas notas y torcemos el gesto con las malas.
Por ejemplo, es tan importante para nosotros que llegue a conseguir leer a los cinco años en lugar de a los seis, que todos los días leemos y leemos con él. Cuando la lectura es un aprendizaje dependiente de la maduración de otros procesos.
Es decir, en unos pocos años hemos hecho que el niño pase de vivir para aprender a sufrir por no hacerlo en el tiempo y forma que alguien (aún no he podido saber quién) decide que debe hacerlo.
Imaginen por un momento que cuando su hijo comienza a decir las primeras palabras, ustedes deciden que todos los días durante una o dos horas se van a sentar con él y van a decir palabras con el fin de que las aprenda. Y si no lo consigue le repetirán la palabra subiendo el tono de manera impaciente y poco amable. El niño irá cambiando su sonrisa por un puchero y finalmente llorará. No es una situación muy educativa, la palabra que estén diciendo en el momento que el niño empieza a llorar será asociada con esa emoción y el niño no querrá volver a recordarla, de hecho ni siquiera se grabará.
¿Saben por qué aprende a hablar un niño? Por la satisfacción y la necesidad de comunicarse, por la sonrisa y la emoción de su madre cuando lo consigue. Esa es la clave. El cerebro genera nuevas conexiones (aprende) gracias a neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la norepinefrina, que casualmente son los que están presentes durante el juego, el reto y la satisfacción.
Volviendo al momento “tarea”, ¿A cuál de los dos escenarios se parece su caso? ¿Al del puchero? ¿O al otro?
Si se parece al del puchero, es momento de replantearse el método. Respecto al colegio poco podemos hacer, excepto elegir uno bueno, pero sí podemos hacer que los deberes que el niño trae de la escuela se conviertan en una oportunidad de aprendizaje de calidad. Y no me refiero tanto al contenido de las tareas, sino a los otros dos aspectos mencionados al principio del post:
Deberes como medio para adquirir responsabilidad, compromiso y hábito.
Los deberes y el aprendizaje son personales de cada uno y así lo ha de ver nuestro hijo. Como padres estaremos ahí todos los días, pero no para hacer los deberes, sino para instaurar el hábito diario. Para generar un compromiso entre el niño y los deberes, saliendo nosotros de la ecuación.
Auto-eficacia percibida.
Cuando trabajo con niños, entre los 9 y los 12 años sobre todo, distingo claramente los que son arrastrados en las tareas y los que participan activamente en su aprendizaje. Los primeros toman una posición corporal de cansancio, nada más empezar, si les preguntas se limitan a contestar sí, no o no sé. No buscan datos, no asocian ideas, ¡no están! Se limitan a esperar, a que tu termines contestando a tu propia pregunta, a que finalmente les digas los pasos que han de seguir o el resultado que han de poner. Los segundos, escriben y borran, te miran, vuelven a probar, te preguntan. Y cuando finalmente lo consiguen, sonríen con satisfacción. Sienten que lo han conseguido, por un momento vuelven a sentir la satisfacción que produce aprender, como cuando eran bebés. La auto-eficacia percibida en los segundos es alta, mientras que en los primeros es bajísima. Por lo que cada vez invertirán menos esfuerzo en conseguir entender y aprender.
No debemos olvidar que el fin de los deberes es que el niño aprenda, no que los lleve bien hechos. Así que deberíamos dejar que en las tareas vaya expuesto sin tapujos el conocimiento exacto, aunque esté mal, pues el error es la gran oportunidad de aprendizaje que tiene nuestro hijo y no debemos negársela. De esta manera se construye el aprendizaje profundo, cometiendo errores propios y aciertos propios.