¿Es demasiado pronto para preocuparme por mi hijo? Los beneficios de la intervención temprana.
La opinión de los padres es muy importante. Pese a que muchas veces ellos piensan que pueden estar excesivamente preocupados sin fundamento y que algunos profesionales de la educación y la salud prefieren pensar que es una cuestión de maduración, lo cierto es que tras la frase “a mi hijo le pasa algo” suele existir algún tipo de disfunción que lejos de mejorar con el tiempo, resultará en una cascada de problemas que acompañará a la criatura durante mucho tiempo, en el mejor de los casos, o toda su vida.
Esto es así porque, como ya comentamos en otro post, el cerebro adulto es fruto de una minuciosa y precisa organización que comienza en el útero de la madre y que vivirá su momento álgido de organización hasta los siete años. Esto hace que la intervención temprana sea crucial.
El cerebro funciona como un todo. Si la base falla, el problema crece con el tiempo.
El cerebro funciona como un sistema modular, esto quiere decir que hay zonas especializadas pero no aisladas. Unas áreas dependen de otras. Sobre funciones básicas se van montando las de orden superior, así por ejemplo, vemos que la adquisición de la lecto-escritura depende en gran medida del correcto desarrollo de la visión, la audición y el tacto, pero también del desarrollo de la imagen corporal, la ubicación en el espacio y de la lateralización.
Siguiendo este razonamiento, queda claro que la mejor opción es la prevención mediante intervención temprana, es decir, asegurarnos de que poco a poco la organización del sistema nervioso va cumpliendo los hitos.
En los primeros años será muy importante el movimiento corporal, realizar los patrones evolutivos en la medida que cada niño necesite. Estimular el desarrollo y la integración de la percepción, comenzando por las sensaciones. La regulación de la activación y de la emoción, etc.
Esto deberíamos hacerlo en etapas tempranas como forma de prevención. ¿Qué sentido tiene “esperara que madure” un problema cuando detectamos en ese momento que algo no va como debería de ir? ¿Sería pues conveniente comenzar una intervención temprana personalizada? La respuesta es un rotundo sí.
La intervención temprana es el método más efectivo de prevención.
Cuanto antes consigamos que el proceso de organización regrese a un estado normalizado, menos funciones de orden superior se verán afectadas, la intervención será de menor grado extensivo e intensivo y contaremos con mayor neuroplasticidad para abordar un cambio.
Por ejemplo, la falta de atención o TDA, puede pasar inadvertida hasta pasados los 11 o 12 años, porque los síntomas no son molestos. Aunque los padres notan que algo no va bien, muchas veces en el colegio pasa por despistado. Es cuando llegan a la ESO o Bachillerato cuando saltan las alarmas. A nivel de intervención, es evidente que trabajar con un niño de 15 años, que ya tiene una mochila llena de malos recuerdos emocionales y cognitivos sobre sí mismo y el colegio, y un cerebro que ya está inmerso en otros procesos, no tiene nada que ver que realizar una intervención con un niño de 5 años.
Para terminar, me gustaría dejar claro que el cambio siempre es posible tratar el problema, tanto a los 5 como a los 15 como incluso a los 70. Pero como en el efecto mariposa, en el que el aleteo de una mariposa en un hemisferio provoca un huracán en el otro, es preferible trabajar con una mariposa que con un huracán.